En
una reunión con amigos, uno de ellos compartió la experiencia de haber sido
atacado por meterse con la novia de alguien que estaba lejos dentro de un bar
donde aparte de tomar el refresco fue a ligar. Su relato me hizo recordar mi
única pelea en una discoteca cuando yo era un joven de 18 años. Esa noche, fui
asaltado por un grupo de cuatro, o quizás cinco (mi memoria ya no es tan
clara), individuos que decidieron tomarme como blanco, porque había intentado
ligar con una chica que estaba allí y que a ellos les causó un ataque de celos.
Como en una escena de cine, logré reducir a mis agresores, repartiendo lo que
en mi entorno llamaríamos "una buena ración de hostias". Volví a casa
con las señales de la batalla marcadas en mi rostro, lo que alarmó a mi madre,
pero el incidente quedó como una anécdota más en el cajón de los recuerdos.
La
infancia también me trajo su cuota de desafíos, específicamente en forma de
acoso escolar. Fui objeto de bullying, pero no me dejé amedrentar, porque
aunque sufrí agresiones verbales, cuando eran físicas las respondía en el acto
( y el que intentaba agredirme lo pasaba muy mal de las hostias que yo le
pegaba). Entre mis agresores, destacaba uno en particular: un chico mayor y más
fuerte que yo. Nuestro enfrentamiento llegó a su clímax cuando después de una
larga persecución corriendo, llegué a mi casa y cogí mi escopeta de balines, le disparé en la pierna
para detenerlo tras un previo aviso que él no hacia caso. Luego, la amenaza de
apuntar a su ojo fue suficiente para mantenerlo a raya y hacer que se perdiera
de vista, aunque al volver a la escuela, sus miradas asesinas y gestos
amenazantes persistieron. Le advertí que a cualquier otro intento de
intimidación o agresión por su parte, volvería a encontrarme mi la escopeta
lista. No tenía otro recurso para
defenderme.
La verdad, es que a pesar del bullying, sea escolar, o de cualquier otra forma que lo tuve que sufrir, no tenía miedo, pero además la crueldad de la gente me volvió mucho más insensible y a aceptar la violencia, sea física como verbal o de actos, como algo normal, porque todo el mundo tiene defectos ( y algunos bastantes los tienen muy malos).
Este
es un reflejo de la realidad; si alguien sufre acoso o violencia, debe aprender
a defenderse y enfrentarlo. Sin embargo, la prudencia es vital, que es algo que
adquieres con el paso de la edad. Evitar la violencia siempre será lo mejor, no
solo por las consecuencias inmediatas de sufrimiento personal sino también por
las posibles repercusiones legales. Vivimos en un país donde las leyes a menudo
protegen más a los agresores que a las víctimas pacíficas y honradas, lo que
hace que la injusticia sea una lucha aún mayor ( y eso dice mucho de los
políticos corruptos e irresponsables que tenemos).
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