Hace unos días, Nayib Bukele, presidente
de El Salvador, lanzó una idea que no podemos ignorar: el Estado existe para
proteger a los ciudadanos, y si no logra frenar la delincuencia, no es porque
sea imposible, sino porque quienes lo dirigen podrían estar del lado equivocado
( que es con los delincuentes). Sus palabras resuenan como un eco de lo que
hace más de dos mil años dijo Cayo Julio César: “La virtud del Estado es la
justicia; cuando esta falta, no es un gobierno, sino una banda de ladrones
disfrazada de autoridad”.
Pensemos en esto con seriedad. ¿Qué vemos
hoy en España?. Un país donde los
impuestos nos asfixian, las multas parecen un negocio más del poder, y el
dinero público desaparece en manos de corruptos sin que nadie rinda cuentas.
Leyes que encaminadas a proteger a los delincuentes en lugar de a las víctimas,
decisiones que venden nuestra soberanía a intereses extranjeros, y una
inmigración descontrolada que, lejos de ser gestionada con orden y sentido
común, genera inseguridad y malestar. ¿Es esto un gobierno o una mafia
organizada?. Está claro que la gobernanza de España está en manos de unos
mafiosos delincuentes.
La delincuencia no es un monstruo
invencible; es un síntoma. Si el Estado no la detiene, no es por falta de
medios, sino por falta de voluntad. Y esa voluntad solo falla cuando los que
mandan tienen más que ganar con el caos que con la justicia. Pero aquí está la
verdad que no quieren que veamos: no estamos condenados a esto. Una sociedad
justa y segura no es un sueño imposible, es una realidad al alcance de nuestra
voluntad colectiva de lo que hay que ser conscientes y hacer algo, por mucho
que nos repriman, nos censuren, o nos anulen.
Miremos a El Salvador: un país que estaba
ahogado por las pandillas, la guerra civil, y la corrupción hoy respira
esperanza porque alguien decidió actuar con mano firme y corazón honesto. No se
trata de copiar ciegamente, sino de entender el principio: un gobierno que teme
al pueblo, y no al revés, es el primer paso hacia la justicia. En España, la
solución empieza con algo simple pero poderoso: exigir transparencia total en
cada euro público, endurecer las leyes contra la corrupción hasta que ningún
ladrón con corbata se atreva a tocar lo que es nuestro, y elegir líderes que
sirvan al bien común, no a sus bolsillos ni a sus amos oligarcas.
Imaginen un país donde el dinero de tus
impuestos construya escuelas y hospitales, no financie privilegios de unos
pocos ni se malgaste en lo innecesario; donde la ley sea un escudo para los
inocentes y una espada contra los culpables; donde la seguridad no sea un lujo,
sino un derecho. Eso no es utopía, es lo que merecemos y podemos lograr. Cada
voz que se levanta, cada voto consciente, cada paso hacia la responsabilidad de
los poderosos nos acerca a ese futuro.
No somos rehenes de ladrones con corbata,
ni de los delincuentes sueltos por las calles que acampan a sus anchas sin que
nadie los detenga: somos los dueños de nuestro destino y no podemos consentir
que nos opriman. La pregunta es: ¿vamos a seguir quejándonos desde el sofá o
vamos a tomar las riendas?. La esperanza no es esperar, es actuar. Y el momento
de actuar es ahora. Y sobretodo pensando bien a quien dar nuestro voto en las
próximas elecciones generales, sin dejarnos engañar como ha ocurrido hasta el
momento.
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