Emmanuel Macron se dirigió a
su país por televisión, incitando a que se debe de rearmar, tanto Francia como
la Unión Europea, con la excusa de la guerra de Ucrania contra Rusia, ahora que
Estados Unidos ya no quiere participar más en esta inútil guerra que ha costado
millones de desplazados caídos en desgracia y en la miseria sin menoscabo del coste en innumerables vidas humanas en los
diversos bandos con todo el dolor que supone.
El presidente ruso Vladimir
Putin ya ha respondido sobre la imprudencia de estas declaraciones.
Al parecer tanto Donald Trump
como Vladimir Putin saben de lo inútil de las guerras, aunque cada uno defiende
bien los intereses de sus respectivos países.
Pero el interés en el rearme
son lo que se beneficiarían las empresas armamentísticas, sobre todo de los
países que más interesados están en que siga la guerra de Ucrania, con la
supuesta excusa de que Rusia puede invadir Europa, y que son la Francia de
Macrón y la Gran Bretaña de Keir Starmer.
Producir más
tanques, aviones, helicópteros, bombas, ametralladoras, misiles, naves de
guerra, etc…, así como equipar a la soldadesca y los oficiales, es un suculento
negocio de los que se beneficiarían algunos grandes especuladores que son los
que están detrás de estos políticos globalistas de la Agenda 2030 y que sólo
les interesa acaparar más poder y dinero, desatendiéndose del bienestar de los
ciudadanos. Y todo para un tipo de guerra que no va a poder ser nuclear, sino
el convencional que ha sido hasta el momento, como ha sido el caso de la guerra
de Ucrania.
Además, casi
no se habla de la devastación que produce la guerra, el sufrimiento que
conlleva, todas las desgracias individuales que suponen, y con que tanto la
pérdida de vidas de rusos como de ucranianos, no ha servido para nada pero ha
dejado su lamentable estela de desgracia.
Esto
supondrá un importante y significativo desembolso en impuestos contra los
ciudadanos de la Unión Europea, que se puede traducir, también, en más
inflación y más pobreza, y un malgasto de dinero que no se destinará a otros
fines más necesarios como la sanidad, vivienda, las pensiones, etc…, ni para
paliar la enorme deuda pública que arrastran muchos países europeos.
Además, la idea de un
ejército europeo unificado plantea problemas prácticos que rayan en lo absurdo.
La Unión Europea reúne a 27 naciones, con idiomas, culturas y tradiciones
distintas. ¿Cómo se coordinarían tropas de países con historias de rivalidad?
¿Aceptarían los soldados griegos órdenes de un mando alemán, o los polacos de
un oficial francés? La diversidad, que es una fortaleza en tiempos de paz,
podría convertirse en un caos en el campo de batalla. Y todo esto para preparar
una guerra convencional —como la de Ucrania—, ya que el espectro de un
conflicto nuclear sigue siendo, afortunadamente, una línea que nadie parece
dispuesto a cruzar.
Lo más alarmante, sin embargo, es el silencio. Donde
antes resonaban gritos de “no a la guerra” en las calles de Europa —como
durante los conflictos de Vietnam o Irak—, hoy apenas se escucha un murmullo.
La resignación parece haber reemplazado a la indignación, y eso es peligroso.
Porque la paz no es un regalo que cae del cielo; es una conquista que exige
voces altas y voluntades firmes. Rearmar Europa no solo es un error económico y
logístico: es un paso atrás en la búsqueda de un mundo donde las diferencias se
resuelvan con diálogo, no con balas.
Quizá sea hora de
recordar que las guerras no las ganan los ejércitos, sino los pueblos que se
niegan a pelearlas con ciudadanos que luchan por la paz. Europa, con su
historia marcada por la devastación de dos guerras mundiales, debería saberlo
mejor que nadie.
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