En
estos días de marzo de 2025, estamos siendo testigos de episodios de lluvias
intensas y un frío inusual, a pesar de que la primavera está a la vuelta de la
esquina. Como era de esperar, las inundaciones no se han hecho esperar,
trayendo consigo las habituales desgracias. Los medios oficiales ya tienen
lista su explicación: el cambio climático es el culpable. Sin embargo, la
realidad apunta en otra dirección.
Las
políticas impulsadas por la Agenda 2030 y el Pacto Verde, con su controvertida
Ley de Restauración de la Naturaleza, han llevado a decisiones que agravan
estos problemas. Se han derribado pantanos y embalses, se ha abandonado la
limpieza de montes, campos y riberas de ríos, todo bajo la premisa de dejar que
el agua siga su "cauce natural". El resultado es predecible: sin
control sobre el flujo del agua, las inundaciones se multiplican cuando llueve
en exceso, mientras que las sequías se agravan en tiempos de escasez por la falta
de reservas.
A
esto se suma la negligencia de las instituciones públicas. En pueblos y
ciudades, los embornales, desagües y sistemas de drenaje rara vez reciben el
mantenimiento necesario. Cuando las lluvias llegan, el agua no tiene por dónde
escapar, y las calles se convierten en ríos improvisados. La solución a estas
tragedias recurrentes no es un misterio: construir embalses e infraestructuras
de contención permitiría no solo prevenir inundaciones, sino también aprovechar
el agua para generar electricidad y garantizar reservas para épocas de sequía.
Es una fórmula probada y efectiva.
Sin
embargo, los políticos actuales parecen empeñados en seguir adelante con las
imposiciones de la Agenda 2030 y las políticas verdes, ignorando las
consecuencias prácticas de sus decisiones. Estos excesos de la naturaleza, que
podrían controlarse y transformarse en recursos útiles, se convierten en
desastres por una ideología que antepone dogmas a soluciones reales. ¿Hasta
cuándo seguiremos pagando el precio de estas absurdas prioridades?. La solución es no volver a votar a
los políticos que facilitaron el derribo de presas y el abandono de montes,
ríos, campos, y todas las salidas de agua existentes sean naturales o
artificiales.
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