El fallecimiento del Papa Francisco el 22
de abril de 2025 ha marcado el fin de un pontificado que, para muchos, fue el
más divisivo en la historia reciente de la Iglesia Católica. Aplaudido por
sectores progresistas y criticado por fieles tradicionales, su gestión dejó un
saldo de controversias que lo señalan como el peor Papa de los últimos tiempos.
Francisco fue acusado de alinearse con una
agenda globalista ( Agenda 2030), promoviendo el cambio climático, la invasión
inmigrante, y declarando la vacunación contra el COVID-19 como “un acto de
amor”, mientras ignoraba tragedias como la masacre de 56 cristianos en Nigeria
durante la pasada Semana Santa, silenciada por el Vaticano. Su apertura a
bendecir parejas homosexuales generó rechazo entre católicos tradicionales, que
veían en ello una contradicción con la doctrina bíblica y evangélica.
Igualmente, su cercanía con dictadores comunistas como Fidel Castro, Nicolás
Maduro y Evo Morales, su complicidad con los Kirchner, junto a su silencio ante
las elecciones fraudulentas en Venezuela, lo pintó como cómplice de regímenes
opresivos.
Su respuesta al atentado contra Charlie
Hebdo en 2015, diciendo que “no se puede provocar ni insultar la fe”, fue vista
como una justificación de la violencia, mientras callaba ante burlas al
cristianismo en España. En temas de inmigración, predicó la acogida sin
límites, pero el Vaticano nunca abrió sus puertas a inmigrantes ilegales,
revelando una hipocresía que enfureció a críticos. Su crítica selectiva al muro
de Trump como “no cristiano”, sin mencionar las políticas migratorias de Biden
o Maduro, reforzó la percepción de parcialidad.
Francisco también falló en abordar con
firmeza los abusos sexuales de sacerdotes y la corrupción en las finanzas
vaticanas, manteniendo figuras cuestionadas y dejando reformas a medias. En
España, su ausencia durante 12 años, un país clave para el catolicismo, y su
permisividad con la profanación del Valle de los Caídos por parte de Pedro
Sánchez, indignaron a fieles y a figuras como el cardenal Cañizares, mientras
el cardenal José Cobo Cano, más afín a su línea, respaldó su legado
progresista, aunque en el fondo está el dinero que espera que el gobierno
Sánchez aporte a la institución clerical que él representa.
El cónclave para elegir a su sucesor, con
Robert Sarah como posible candidato conservador defensor de las raíces
cristianas, promete un giro hacia posturas más tradicionales. La ausencia de
líderes como Benjamin Netanyahu, molesto por las críticas de Francisco a
Israel, y la representación de España por Felipe VI que no fue capaz de
socorrer a la española atrapada en coma en Tailandia, subrayan que solo van a
acudir al funeral los que están en la línea del globalismo totalitario, aunque
haciendo excepción de Donald Trump que también asistirá al funeral. Francisco
quiso modernizar la Iglesia a su manera, pero para muchos, su legado es una
fractura que costará sanar, pues no estaba en la línea totalmente del todo
católica como se ha entendido desde siempre.
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